De Venezuela a Perú, Ivonne protagoniza una historia de transformación: fue enfermera, vendedora, peluquera y luego se convirtió en lideresa de acción humanitaria. Acompáñenos a desandar este camino lleno de sorpresas y buenas aliadas.
Tumbes, Perú – ¿Ve a esa mujer morena, a finales de sus cuarenta, que va de aquí para allá, que lanza mil preguntas, que observa con la vista minuciosa? Se llama Ivonne Carolina Flores Arrieta. ¿Ve como algo en ella se ilumina? Acaba de divisar una camioneta de la OIM, estacionada en una calle del distrito de San Jacinto, provincia de Tumbes, Perú, a varios kilómetros de San Isidro, donde está asentada.
—¿Qué están dando ahí?
Una señora la escucha y le explica que es apoyo alimentario para personas venezolanas. La respuesta prende en Ivonne la primera de las “alertas”, como ella las llama.
Ivonne continúa su camino, y de San Jacinto llega a La Cruz, donde fue solicitada para “empoderar a unas chicas”. Aquí vamos a hacer un pequeño paréntesis explicativo: sucede que cuando arribó a Perú —migró en 2017 desde Caracas, Venezuela— vio que “muchas mujeres eran muy maltratadas por sus esposos, les pegaban mucho”. Entonces, decidió tomar cartas en el asunto y dedicarse a enseñarles oficios como peluquería, manicura o pedicura “para que se valieran por sí mismas”. Dice: “Así comencé a ser como era en Venezuela: útil”. Detectó que en Perú había muchos eventos celebratorios, por lo que incentivaba a las mujeres a vender estos servicios allí. “Yo les decía: ‘Voy a donde me digan, pero me tienen que dar clarito [un plato de comida local]’”.
Retomemos: Ivonne continúa en La Cruz, pronta a asistir a un nuevo grupo, compuesto por venezolanas. Le comentan que “tiene que conocer a la Señora Mónica, una peruana que recibe a personas venezolanas y las orienta”. Su nombre queda retumbando en su cabeza: otra alerta. Agregan que a Mónica la visitan instituciones. De hecho, ahí van Roberto y Rodrigo, los señalan, van a su encuentro. Alerta, alerta, alerta.
Ivonne finalmente localiza a Mónica. Conversan, intercambian inquietudes, se alían. Al fin y al cabo, además de su labor actual, Ivonne tiene experiencia: en Venezuela fue parte de las Mesas Técnicas de agua, salud o educación. Juntas, buscan a instituciones para informarse y asesorarse en las acciones que pueden llevar a cabo para ayudar a las personas venezolanas.
Algunos años después, rememora: “Queríamos investigar más, saber más, protegernos más. Empezamos a empadronar a las personas venezolanas”. Sin embargo, reconoce que “estaban a la deriva en muchas cosas”, hasta que “aparecieron las organizaciones y empezaron a empoderarnos con talleres, primeros auxilios, a enseñarnos cómo trabajar con esa masa humana”
En la actualidad, Ivonne tiene 52 años. Continúa su acción social con el mismo entusiasmo que el primer día. “A donde quiera que vaya y con cualquiera que me codee, siempre trato de enriquecerme con su sabiduría. Una nunca deja de aprender”.
Su labor es el resultado de mucho esfuerzo; su camino tuvo muchas curvas. Permiso, otro paréntesis: en primera instancia, cuando llegó a Perú —lugar en el que su hermano había decidido instalarse previamente— vendió cigarrillos, caramelos y agua, y luego la contrataron para cocinar tamales. Ivonne había estudiado enfermería oncológica y trabajado 19 años en el Hospital Universitario de Caracas. Llegó determinada a continuar esa carrera. También era experta en alta costura de marroquinería y en peluquería, y fue este último rubro el que le permitió más salida laboral. De hecho, logró abrir un centro de estética, pero lo cerró para enfocarse en el asesoramiento a mujeres.
Una cosa llevó a la otra y el final de esta historia, estimado lector, ya lo conoce, aunque aún queda un largo epílogo por delante: Ivonne, junto a Mónica, sigue orientando a migrantes. La contactan, la buscan. Es lo que siempre ha sido: útil. ¿Ve como algo en ella se ilumina?
Visitamos algunas ciudades de América del Sur para conocer más sobre las historias de personas migrantes y de la comunidad de acogida en sus propias palabras. Personas como tú y yo, en conversaciones con la OIM, desde sus lugares cotidianos.
Toda historia puede tener puntos comunes y extraordinarios a la vez.
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